lunes, 26 de enero de 2009

Luisa Ignacia Roldán, más conocida como La Roldana es una de las escultoras españolas que puede medirse en igualdad de condiciones con sus colegas varones, lo cual en pleno tránsito de los siglos XVII y XVIII sólo puede deberse a la calidad de su obra y a una personalidad tenaz que la convirtió toda su vida en una luchadora. Nace en Sevilla y por ser hija de uno de los escultores más afamados del momento dentro del marco de la imaginería barroca, Pedro Roldán, tendrá desde muy pequeña la oportunidad de conocer de primera mano el trabajo del escultor y de aprender perfectamente su oficio. Su padre además, conocedor de su habilidad en la talla y su talento en la creación artística será el primero en introducirla en el oficio. Lo que no le hizo tanta gracia es que decidiera casarse con uno de sus aprendices y de hecho le prohibió casarse, si bien esa tenacidad de la que antes hablábamos y su determinación terminaron por llevar a Luisa al altar para unirse en matrimonio a Antonio de los Arcos. Juntos formaron un taller propio y empezaron un trabajo mutuo, en el que ella tallaba y esculpía, llevando el peso de los encargos y del trabajo del taller, y él, policromaba. Asentada en Cádiz en esos primeros años de trabajo independiente empezará a recibir encargos para el Cabildo y conventos de la ciudad, que irán propagando su fama y su reconocimiento. Tanto es así, que en 1688, decide marchar a Madrid con la intención de alcanzar el cargo de escultora de cámara, lo que conseguirá finalmente gracias a un encargo real que le abrió las puertas de Palacio, San Miguel venciendo al demonio, hoy en el Monasterio de El Escorial.Aunque muy al contrario de lo que ella pensaba, el nuevo cargo no iba a representar una mejora notable ni en su situación laboral, ni menos aún en la económica, porque la bancarrota de la Corte en tiempos de Carlos II, y la Guerra de Sucesión que se suscita a su muerte, hasta la definitiva llegada del nuevo rey Felipe V, la dejaron sin paga durante años, lo que le provocará no pocas miserias y penurias. Afortunadamente para ella, el nuevo rey la confirmará en su puesto de escultora de cámara nuevamente en 1701. Pero por desgracia su labor iba a tener ya muy poca continuidad.
Desaparece de la documentación a partir de 1704, lo que hace pensar o en una enfermedad que la alejó del trabajo o lo que es más probable, en su fallecimiento. No fue por tanto una vida fácil, porque fueron muchas las adversidades que hubo de superar, sin olvidar que de los siete hijos que tuvo sólo le sobrevivieron tres, pero aún así logró el éxito profesional, gozando del favor popular y hasta de los encargos regios.Su obra, muy influenciada por su padre, se inscribe en el trabajo que caracteriza la imaginería española de la escuela andaluza, que ya va derivando en esas fechas progresivamente hacia fórmulas más próximas a la sensibilidad rococó. Por ello desarrolla un trabajo elegante, equilibrado y de gran expresividad en los rostros, en el que prevalece la técnica del estofado en su policromía. Predominan de forma monotemática los encargos de carácter religioso que son los que llenan su producción. Ya más adelante sobre todo en su etapa madrileña, La Roldana, va adquiriendo una

mayor carga emotiva en las piezas, más a tono con el aire rococó que progresivamente va inundando la escultura española de la época. Siguiendo la moda del momento, inicia su producción de belenes, y en esa misma línea se advierte también un mayor grado de realismo que explica la utilización más frecuente de postizos en las esculturas.Desgraciadamente muchas de sus obras se han perdido por diferentes razones, y otras no se le pueden asignar con seguridad, pero aún así se conservan numerosas piezas procesionales en Cádiz y Sevilla, sin olvidar el Nazareno y la Dolorosa de Sisante en Cuenca, así como el ya mencionado San Miguel de El Escorial.Para un estudio mucho más completo y monográfico de esta escultora recomendamos los numerosos trabajos publicados por Victoria García Olloqui, la verdadera especialista en la figura de La Roldana.

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