lunes, 21 de diciembre de 2009

Leyenda del Angel

Cuenta El Bayan al Mugrib de Ibn Idhari que era costumbre de guerra expropiar a los pueblos rendidos por capitulación la mitad de toda iglesia que poseían, tal y como ocurrió, por ejemplo, con la Iglesia de Damasco. Cuando conquistaron Córdoba, los musulmanes expropiaron a los mozárabes la mitad de la Iglesia Mayor (Kanisa Kabira) consagrada a San Vicente, transformando aquella mitad en Mezquita, quedando el resto en poder de los cristianos. Conforme se fue acrecentando el número de musulmanes de Al-Andalus, la mezquita resultó insuficiente por lo que Abd al Rahmán Ibn Mu´awiya, el Dajil (Inmigrado), convocó a los mozárabes cordobeses y les pidió la venta de la parte que poseían de la iglesia mencionada, remunerándoles por ello con una fuerte suma, permitiéndoles, además, la reedificación de las iglesias de las afueras de la ciudad que habían sido demolidas en tiempos de la conquista. Corría el 169 de la Hégira (14 de Julio de 785 d.J.) cuando se dieron comienzo a las obras de la que, con el tiempo, habría de ser la mayor mezquita de Occidente.
Así la mezquita aljama fue construida con la finalidad de dar cabida a la cada vez mayor población cordobesa. Sin embargo, la leyenda nos habla de otro motivo para la construcción de tan famoso templo. Es la leyenda del Angel.

En el palacio de Al-Ruzafa, Abderramán I dormía plácidamente. Suavemente, de forma apenas perceptible, su semblante se fue alterando sucesivamente. A veces se percibe una sonrisa en su rostro, otras, sin embargo, se contrae en gestos de espanto. Su respiración se agita. El demonio ha hecho presa de su espíritu y ante su vista desfilan los episodios sangrientos de su reinado. Le rodea un mar de sangre y que parece ahogarlo sumergiéndole en el abismo. Grita, pero nadie le socorre. Solo un eco burlón contesta a sus desesperados llamamientos. Parece que no hay salvación. De pronto se ve arrastrado por una multitud informe que le rodea y le arrastra al suplicio. Su poder ha desaparecido, su majestad no es más que una sombra. El insulto y la injuria se clavan en su alma. Siente como le arrastran, le golpean y le escupen, empujándole hasta la margen del río donde le aguardan dos palos cruzados trabados en forma de cruz. Una ola de terror parece arrastrarle y entre una atroz agonía siente como unos clavos agudos se van introduciendo a golpe de martillo en las palmas de sus laceradas manos y en sus destrozados pies. Simultáneamente sus ojos espantados contemplan su propia cabeza clavada en una lanza, llevada por las calles de Córdoba y mostrada en los muros de su palacio como trofeo. ¿Cómo es posible aquello? ¡Él es el emir independiente, soberano absoluto, dueño de vidas y haciendas!
De repente un súbito resplandor le ciega. Una dulce voz, parece llamarlo:
-¡Emir-Al-Mumenin, Príncipe de los creyentes!.
Poco a poco abre sus ojos y ve ante él la esbelta figura de un ángel. El Emir sorprendido quiere levantarse pero no puede. Los clavos del tormento aun le sujetan y apenas puede mover sus descoyuntados brazos. Sin embargo un extraño bienestar parece invadirle mientras contempla absorto la celestial aparición.

¡Emir soberano de este imperio, que es en la tierra como un adelanto del paraíso que Dios reserva para los fieles! Alá te libró en Damasco de la rebelión de los abbasíes para que tu estirpe no sucumbiera, y te dio este trono con todo su poder y riqueza; su omnipotencia te amparó en los campos desolados cuando huías de tus inclementes enemigos y te acosaba el hambre, el hermetismo de las puertas que ante ti se cerraban y la amenaza del veneno se cernía siempre sobre la leche de camella con que te alimentabas. Hubieras sido festín de chacales en el desierto y eres tú un chacal que dispones a tu capricho de la existencia de los demás. ¿Qué hubieras hecho sin la ayuda de Dios? ¿Qué has dado tú, en cambio al Dios único, generoso y magnánimo? ¿Qué hiciste en penitencia para que el enojo divino no te entregue al demonio y a su encrespada turba de asesinos y verdugos? El poder se pierde en un momento, vana ilusión, que crece cuando crece la arrogancia. Devuélvele a Alá sus favores consagrándole una obra digna de su grandeza, contra la que nada puedan los siglos, que cante a perpetuidad la gloria infinita de Dios por la voz trémula de los creyentes y por la sorpresa de sus ojos frente a tan singular maravilla, asombro y orgullo de las generaciones venideras hasta el fin de los tiempos.


La noche avanza y la claridad del alba empieza a dibujarse en las celosías de los amplios ventanales. El emir se incorpora con trabajo. Mil ideas confusas se debaten en su cerebro, y los miembros le duelen de aturdimiento y cansancio. Poco a poco se recobra. Se asoma a la ventana y recibe el tonificante frescor de la mañana. Cruza las manos, extiende los brazos y musita una oración. Luego, erguido y gallardo, promete:
-¡Tal será la obra que te consagre, Dios único y legítimo, que el mundo todo le tendrá envidia y dominará a los vientos y vencerá a los días infinitos!
Tal vez sea solo una leyenda, una historia fruto de la fantasía de un poeta.... o tal vez no. La mezquita sigue asombrando al mundo y sigue siendo el corazón vivo de una ciudad que un día fue la joya más preciada. Una obra así, no cabe duda, solo pudo ser fruto de un sueño....

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